Informe nº 1: INTRODUCCIÓN

Explicación del nombre del blog:No es necesaria. Ya pronto lo entenderá.(¿Notó que sólo usé una vocal, la a?)
Génesis:

La elección largamente rumiada iba agregando opciones a medida que los días pasaban .
Desarrollo:
Primero fue una sola opción: VOY A IR A UN GIMNASIO, porque esto de que no me entre la ropa, ya me está creando una angustia existencial de dimensiones insospechadas.
Pero las dimensiones de mi angustia existencial, al parecer, no eran tan importantes, porque, en el fondo de mi corazoncito, yo sabía que si encontraba uno a gusto, iba a empezar a encontrar excusas diversas, en general muy creativas (porque yo soy muy creativa, eso sí, para todo, y, en especial, para las excusas) para ir una vez sí y dos no. Con la consiguiente carga de culpa generada por semejante derroche de dinero. La cual culpa tendría que ser apaciguada consumiendo peligrosas cantidades de turrones, bizcochos de grasa y mantecol, que provocarían nuevos expandimientos dimensionales a nivel corporal.
Entonces, surgió la segunda opción:
VOY A ESCRIBIR ALGO, pensé, con íntimo regocijo. Pero también pensé, con íntima frustración, que no es posible publicar sin gastar dinero en costosas impresiones, distribución y publicidad, y sin tener que frustrarme recibiendo infinitos rechazos de editores. Así que no hacía nada.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Sección BOTÁNICA Y FAMILIA: La plantita

LA PLANTITA


Cuando mi sobrino Eufemio, cumplió 20 años, estábamos a 28 y yo no cobraba hasta el 5. Así que me fui hasta un vivero japonés de la otra cuadra, muy barato, porque yo sabía que a él le chiflaban las plantas.

De entrada, nomás, la vi y me atrajo. Era una hermosa y exótica plantita, cuyo cartelito rezaba un nombre en latín que no me dijo nada, y un nombre en japonés que me dijo menos. Pero más abajo decía "1 $" , y eso sí lo entendí.

Eufemio se puso tan feliz cuando la vio, que mi conciencia culposa tuvo que callarse la boca.
La plantita era verde y roja, y tenía zonas tan mórbidamente aterciopeladas, que invitaban a tocarla. Pero cuando Eufemio la tocó, ella le mordió el dedo. Suavemente , debo reconocerlo. Y en ese momento vimos la verdad , la exótica verdad : era una planta carnívora.


Eufemio, a estas alturas, estaba totalmente subyugado. Colocó a la maravilla botánica en un sitio de honor en el patio, y comenzó a alimentarla con hamburguesas, asado al horno, y pollo con hongos.

Ella, chochísima , se comía todo. Claro que, a veces , se empachaba. Pero él había aprendido a tirarle del cuerito de una bolsita que ella tenía en el tallo, y enseguida se ponía bien.

Cuando llegó el frío, él la llevó al living y la colocó junto a la mesita de los retratos de la familia.

Pasaban los días y ella se ponía más y más rozagante y frondosa. Y, todo hay que decirlo, muy coqueta. Cuando se acercaba un muchacho (le gustaban mucho los de tipo atlético), se erguía con movimientos voluptuosos, y exhalaba un perfume denso y envolvente, mientras abría y cerraba, provocativa, su cavidad aterciopelada.

Pero, un día, comenzó a amustiarse. Me apenaba verla pálida, agobiada e inapetente. Por eso, pese a mi escasa versación en psicología botánica, pude diagnosticar sin dudar : depresión vegetal aguda por causas desconocidas.

Por supuesto, Eufemio, babieca como todos los machos en general, y los vernáculos en particular, no notaba nada. Seguía dándole cornalitos fritos y albóndigas con puré. Que ella ni probaba.

Pero yo sí la observaba. Y noté que cuando no había nadie cerca, se inclinaba hacia el retrato de Eufemio (en el que él sonreía canchero, vestido de rugbier), y, suspirando, dejaba caer una lágrima transparente sobre la mesita. Después, giraba hacia el retrato de Inesita, la novia de él, y le escupía una sustancia viscosa y negra, que chorreaba sobre el retrato y enchastraba la carpetita de ñanduty.

Yo estaba muy preocupada por su salud mental y psicofísica. Además, empezó a invadirme una sospecha inquietante. Probé cambiarle la dieta y la comprobé : se había vuelto vegetariana.

Pero, encima, la ex-carnívora, poco y nada comía. Un poquito de ensalada, un bocadito de budín de acelga, y unas cucharadas de sopa con fideítos. Hasta que un día, cuando la obligué a tomar una cucharada de sopa con cabellos de ángel, me la escupió en la cara. Y a los dos días, la sorprendí tratando de comerse a sí misma . Ya iba por la tercer hojita.

Con la misma angustia que una madre (o una tía) ve al niñito de sus ojos hacer equilibrio en la punta de la antena del techo, comprendí que ella trataba de suicidarse.
Había que hacer algo. Así que convoqué con urgencia a un concejo de familia, y lo discutimos. Eufemio, cayendo por fin de su Babia personal, sugirió que le espolvoreáramos pimienta, que no le gustaba nada, para que no pudiera comerse.

Debo reconocer que, una vez puesto en acción, mi sobrino es eficiente. Enseguida salió, y volvió con un hermoso y joven sauce llorón, que plantó en el fondo de la casa. Después llevó la maceta con ella junto al sauce, y la dejó.

Al principio, abismada en su pena de amor no correspondido , ella pasó largos días sin reaccionar. Pero, luego de varias semanas en que el sauce, inclaudicable, le llorara infinitos poemas de amor, ella comenzó a revivir.
Empezó a comer, desganada, primero algunas moscas. Más tarde, varias luciérnagas y finalmente cuanto bicho se acercaba desprevenido. Vivieron, entonces, ella y el sauce, un luminoso romance, que yo espiaba, entre envidiosa y emocionada, desde atrás de la Santa Rita.

Al poco tiempo , de ese romance, nacieron unas plantitas muy bonitas, que sólo lloran cuando tienen hambre, pero se calman comiendo bananas con huevo frito . Eso sí : con bastante roquefort.

Porque ellas sí son vegetarianas, pero de paladar muy exigente.

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